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ECUADOR TRAS EL MAGNICIDIO

JORGE IMBAQUINGO

ECUADOR TRAS EL MAGNICIDIO

Las elecciones continúan a pesar del magnicidio del candidato presidencial Fernando Villavicencio. Este es el trágico devenir de los sucesos en Ecuador, un país que sufre las consecuencias de una inusitada ola de violencia, gobernado por un Primer Mandatario a quien le es más fácil escribir las condolencias para las familias de los ciudadanos asesinados que establecer políticas efectivas de seguridad y convivencia democrática. Así está Ecuador, un territorio inmerso en una oprobiosa realidad regional: el crimen organizado transnacional. 

El pasado 9 de agosto, el presidenciable Fernando Villavicencio fue conducido apaciblemente hacia el lugar de su asesinato. Luego de un mitin, no fue retirado del sitio por la puerta de atrás, sino por la principal. En las imágenes del suceso, se ve cómo entra en una camioneta y allí, por un flanco despejado, el asesino descargó al menos 14 tiros por el cristal que no estaba blindado.

Villavicencio, un adalid de la denuncia anticorrupción, se creó un nombre en el periodismo de investigación al publicar los saqueos de los funcionarios públicos del sector petrolero de Ecuador que se llenaron los bolsillos a punta de sobornos. Desnudó por años sus trafasías, los métodos para robarle al país. Desde allí se ganó enemigos que, posiblemente, habrán imaginado su infausto final.

No solo eso. Quizá su mayor obra fue haber aportado con elementos certeros sobre cómo funcionaban las campañas políticas de Rafael Correa que se financiaban con dinero exigido a los ganadores de los contratos estatales en su administración. Su investigación periodística Arroz verde, realizada en conjunto con su colega Christian Zurita, fue insumo principal para que el caso Sobornos 2012-2016 llegara a una sentencia en firme por cohecho en contra de Correa, su vicepresidente, Jorge Glas, ocho funcionarios y ministros, así como 10 empresarios.

El asesinato a sangre fría de Villavicencio llega en un punto en el que la convivencia democrática en el país es casi una tautología. Ecuador vive una lucha de carteles mexicanos, mafias albanesas y una guerra por el control de la distribución de cocaína que se fabrica en Colombia y Perú para ser distribuida a Estados Unidos y Europa.

La violencia generada con esta dinámica se dibuja dramáticamente con una carnicería humana institucionalizada en las cárceles ecuatorianas, con 422 internos asesinados desde el 2021 con las formas más cruentas e inverosímiles, como mensajes directos entre pandillas y a una sociedad abrumada por el descontrol que se siente en las calles por los asaltos, los secuestros y el cobro de las llamadas ‘vacunas’ (extorsiones) propiciados por estos grupos delincuenciales.

A esa violencia cotidiana se agrega que la incapacidad del presidente Guillermo Lasso para lograr una simetría con la Asamblea le llevó a disolverla y llamar a elecciones, que son mal llamadas adelantadas, pues no se configura un nuevo mandato de cuatro años, sino que se vota por un gobierno que termine el periodo que Lasso fue incapaz de completar. El mandatario saliente cometió una cadena enorme de errores políticos mezclados con soberbia para aceptar guías valederas y un ego indomable, mientras en el día a día las mafias se afianzaban en el país a su vista y paciencia.

En su etapa previa a la candidatura presidencial, en la Asamblea, Villavicencio lanzó sus dardos contra las mafias y sus conexiones políticas. Publicó fotos inoportunas, dejó pruebas en la Fiscalía, dio entrevistas en las que nombraba a políticos y jefes de las pandillas adscritas a los cárteles transnacionales. También había dicho que apenas se posesionara en la Presidencia iba a militarizar ocho puertos privados en Guayaquil, y que además iba a acabar con los corruptos del petróleo.

El correísmo, que se aprestaba a ganar la primera vuelta, según los más serios boletines de encuestas, ha visto un descenso en las últimas semanas. Aparte del efecto de indignación y dolor por la violencia que vive el país, el asesinato de Villavicencio tiene una repercusión inesperada pero lógica, muchos de sus votantes migrarán a otras opciones, como Otto Sonnenholzner, Jan Topic o Xavier Hervas, por lo que nada está dicho sino hasta la revisión de la última acta de conteo de votos. Aun así, el socio periodístico de Villavicencio ha sido ratificado como su reemplazo en la papeleta y tiene una semana para retener los votos, mostrar su valía y honrar la memoria de su colega asesinado.

Incluso, como un homenaje a la memoria del Villavicencio, el gran detractor de Rafael Correa, muchos indecisos se alejarán de la opción que representa Luisa González (cuyo mayor logro fue ser jefa del despacho de Correa, cuando el exmandatario gobernaba el país). Ahí es donde Yaku Pérez puede captar los votos de los ciudadanos identificados con el progresismo que no ven en el correísmo una salida política aceptable.

Así que el próximo 20 de agosto, el país va a las urnas y se apresta a echar suertes. Luego del magnicidio de Villavicencio, las elecciones no solo deben ser un método para elegir presidente, tienen que servir para identificar a quienes sumergieron al Ecuador en el albañal del narco y ser guía hacia la convivencia pacífica y la democracia.

El ganador debe tener claro que es necesaria una política contundente para luchar contra el crimen organizado transnacional, que ha tomado a este territorio como un tubo de ensayo para ampliar sus tentáculos a otros países de la región.

Este artículo fue publicado originalmente en el diario Clarín, de Argentina.

Jorge R. Imbaquingo es editor de política del diario El Comercio, de Quito. Knight Fellow Stanford University 2012

 

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