GONZALO SARASQUETA
TECLEEN TATO BORES Y DISFRUTEN DEL FUTURO
Javier Milei ya comunicó que privatizará YPF, la TV Pública, Enarsa, la Radio Nacional y Télam. También suena Aerolíneas Argentinas, que quedaría en manos de los trabajadores. Vuelve a rebotar con fuerza el mantra “reforma del Estado”. Solo cambian los recitadores: salen Carlos Menem, Roberto Dromi y el peronismo, entran los hermanos Milei, Victoria Villaruel y los libertarios. Nuevamente, la condena a la última dictadura militar tiene sus “peros”. Y para cerrar el déjà vu, la transición entre dos gobiernos de naturaleza distinta muta -de vuelta- en acusaciones, avivadas y suspenso.
Nadie lo duda: Argentina es un país raro. Parafraseando al escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, tiene la historia por detrás y por delante. Está rodeada de pasado. No solemos estrenar problemas. Repasemos: inflación, déficit fiscal, escasez de dólares, corrupción e inseguridad, por citar algunas taras. Quizás el único conflicto inédito, en sintonía con la región, sea la propagación del narcotráfico. Nada más.
Repetimos errores, prejuicios, eslóganes y, lo que más duele, y al mismo tiempo de lo que más nos congratulamos, el apego a lo absoluto. Vivimos a todo o nada, sea un mundial de fútbol, un concierto de Taylor Swift, un MasterChef o, como este año, unas elecciones presidenciales que decodificamos como si fueran el juicio final. Aprovechando que se acerca el aniversario por la obtención de la tercera Copa del Mundo, podríamos decir que vivimos en “modo Kolo Muani”.
Y a la democracia le cuesta comulgar con la pasión desenfrenada. Por lo general, los sistemas abiertos que mejor funcionan en el mundo son grises, predecibles, inertes. Sí, la democracia es aburrida. En ella, los que están enfrente son adversarios (no enemigos), el ciudadano de a pie no sabe el precio del dólar, los periodistas se tienen que romper el lomo para encontrar las noticias y diciembre es solamente el último mes del año.
Además, creemos que somos una fábrica de novedades. Y este año no es la excepción. Estamos convencidos de que, con el arribo de Javier Milei a la Casa Rosada, traemos otra innovación al mundo. Pero recordemos que el libertario es el último de la saga ultraderechista. Viktor Orbán llegó al poder en Hungría, en el 2010; después de él, aparecieron Rodrigo Duterte, Donald Trump, Mateusz Morawiecki, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni. En fin, nada nuevo bajo el sol. De hecho, podríamos hablar del delay argentino.
La realidad es que, si ajustamos el zoom y cambiamos la dimensión coyuntural por la dimensión estructural, la Argentina está reiterando su histórico conflicto sociopolítico. Somos testigos de otra temporada más del “empate hegemónico” del que ya hablaba Juan Carlos Portantiero en 1973. ¿Qué quería decir esto en castellano? Que el alma de la Argentina se la disputan dos bloques económicos-culturales, que tienen la fuerza y los recursos suficientes para vetar el proyecto del otro, pero no para imponer el suyo.
La nomenclatura ha variado con el tiempo: unitarios vs federales, particularismo vs universalismo, racionalidad vs vitalidad, peronismo vs antiperonismo, institucionalismo vs calle, kirchnerismo vs antikirchnerismo. Como dice el politólogo Andrés Malamud: “En lo único que coincidimos el 100% de los argentinos, es que el 50% de la población está equivocada”.
Javier Milei viene a prolongar esa mecánica. Después de la era del estatismo, ahora el péndulo vuelve hacia el mercado. ¿El repertorio lingüístico? Privatizaciones, libertad, equilibro fiscal, meritocracia y sacrificio. Como magistralmente lo explicaba el ingenio de Tato Bores: “El lema nacional siempre ha sido jódanse hoy para disfrutar mañana y uno pone el hombro, pero el futuro por definición se pianta y uno jamás lo puede alcanzar”.
Enfrente, a Milei lo espera un kirchnerismo estaqueado a su supuesta “década ganada”. El movimiento conducido por Cristina Fernández está más concentrado en defender la narrativa de amianto que erigió todos estos años que en crear soluciones para este mundo pospandémico. Ni le hablen de capitalismo de plataformas o transición energética. El marco teórico no se toca. Magnetto continúa siendo Voldemort; Estados Unidos, “el imperio contrataca”; “Macri, la dictadura”; y la inseguridad, una ficción de la derecha más cavernosa.
Arranca otra remake. Hay matices en lo estético, en el elenco, en lo comunicacional y en el instrumental político, seguro, pero todo apunta a que el debate público retorna al casillero del menemismo. Viejos temas, nuevos rostros; aunque no tanto, ahí está Guillermo Francos, quien, junto a Domingo Cavallo (otro apellido que regresa), fundó Acción por la República. Todo vuelve en la Argentina, el país donde nadie se convierte en jarrón chino.
Consejo: pongan Youtube, tecleen Tato Bores y disfruten del futuro.
Gonzalo Sarasqueta es profesor y director del Máster en comunicación política y empresarial de la Universidad Camilo José Cela
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Nación, de Argentina.