ALBERTO BARCIELA
CORDURA Y CENTRALIDAD
Publicado en Prensa Ibérica
Los anhelos, las ambiciones desmedidas, pero también las más o menos comprensibles, se confunden entre tantos escombros, entre los cascotes de lo que fueron los valores consensuados por la sociedad, la política, la Justicia, la economía. Incluso las referencias históricas semejan broza de los espesos bosques de intereses, muchas veces espurios, hasta trasbocar lo peor que llevamos dentro, como eslabones de una saga que se titula racional pero cuyos comportamientos se alejan de la comprensión, el orden y el sentido común.
Parece que, justificado en una globalización tentadora, uno quisiera ser todo lo que niega el raciocinio y aspirar a cuanto no se le alcanza, no para disfrutarlo, sí para exhibirlo o almacenarlo como un trofeo de caza. Se indicia como si alguien hubiese firmado un pacto secreto, comprometedor, usurpador de una vida, de una personalidad, de un modo ético de ser, conforme a los valores de una cultura admitida en el consenso de una evolución irregular, más única.
Los seres humanos “se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza”, Spinoza, un filósofo holandés, de origen judío español, lo previó ya allá por el siglo XVII.
Aún cuatro siglos antes, Pertraca lo concretó con precisión: “cinco grandes enemigos de la humanidad están dentro de nosotros mismos: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo. Si nos despojamos de ellos, gozaremos de la más completa paz.”
Necesitamos la apetencia, nos es consustancial. Los afanes no son en sí malos, incluso los caprichos pueden llegar a tolerarse. Todo puede alcanzar cotas admisibles si nos moderamos, si ajustamos con ponderación y sentido común las necesidades reales y sabemos prescindir del interés egoísta, ególatra que predomina en el consumismo compulsivo; si eliminamos las motivaciones adicionales, inducidas por comportamientos asociales o apoyados en sustancias ilegales; si respetamos al prójimo, transformando el desprecio en una actitud constructiva, respetuosa, buscando referencias en los otros que puedan contribuir a mejorar nuestras actuaciones; si reflexionamos y nos privamos de destruir lo que otros construyen; si evitamos mentir. Si exigimos de los dirigentes transparencia, honradez y comportamientos democráticos. No parece tan difícil.
El propio Spinoza nos ofrece una receta que puede resultar infalible si optamos por una nueva predisposición: “Todo cuanto deseamos honestamente se reduce a estos tres objetos principales, a saber, entender las cosas por sus primeras causas, dominar las pasiones o adquirir el hábito de la virtud y, finalmente, vivir en seguridad y con un cuerpo sano.”
El estercolero vital, el de las guerras, las mafias, la explotación infantil, las discriminaciones, los inmigrantes de los cayucos, las drogas, las maras, el terrorismo, las dictaduras solo podrá reciclarse desde el entendimiento de los males que los originan y entre ellos están el insaciable apetito de ser y tener más que los demás. Los extremos son malos.
La ignorancia es desigual, el conocimiento distinto, la experiencia individual, los momentos únicos… Todo ello nos distancia de una ética idéntica, de una filosofía exacta; de una religión, una justicia o una democracia perfectas. Entre tanta niebla hemos de saber encontrar la luz del sentido común, del consenso, de la centralidad. En ello nos va el bienestar social y común.
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ALBERTO BARCIELA, periodista español, es vicepresidente de EditoRed