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EL GENERAL NO TUVO CON QUIÉN GOLPEAR​

JULIO PEÑALOZA BRETEL

EL GENERAL NO TUVO CON QUIÉN GOLPEAR

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón, de Bolivia

Los golpistas de 2019, sus colaboracionistas y operadores mediáticos han encontrado en el sacudón del miércoles 26 de junio en la plaza Murillo, el episodio propicio para intentar despercudirse nuevamente de ese sentimiento de culpa con el que se acuestan y se levantan todos los días: “No fue golpe, fue fraude, no fue golpe, fue fraude”, y así hasta el siguiente desvarío. Dicen que el último golpe de Estado producido en Bolivia data de 1980, cuando ha quedado marcado en el sentido común popular que el último golpe de Estado perpetrado en Bolivia es de noviembre de 2019.

El francotirador de Puebla y algunos otros personajillos del circo beat derechoso, teclean y teclean en afanes de explicar y esclarecer, de intentar vanamente imponer sus chapuceras e imprecisas lecturas acerca del adefesio con que cerró su carrera militar el Gral. Juan José Zúñiga, que tiene confundidos a verdes y amarillos, y a quien comparan con el Gral. Williams Kaliman, comandante del Ejército que le pidió la renuncia a Evo Morales ataviado con idéntico traje de combate al que llevaba puesto quien jugaba partidos de básquet con el Presidente del Estado en ambiente de camaradería. 

Lo que no dicen los comparadores de morondanga es que el macho alfa uniformado de hace cinco años se llama Gonzalo Terceros, entonces comandante de la Fuerza Aérea, privado de libertad por los delitos cometidos en la tarea defenestradora de Evo Morales en perfecta coordinación con el mejor amigo de la Embajada de Estados Unidos que tiene la política boliviana: el dos veces derrotado por el masismo, Jorge Tuto Quiroga Ramírez. El francotirador sigue intentando meter gato por liebre desde su ímpetu feisbuquero: ya sabemos que jamás redactará un solo párrafo sobre aquellos asuntos que no encajan en su resentimiento de exembajador de Evo, ahora rabioso antiazul. Lo mismo que Terceros, Zúñiga ha terminado en la cárcel.

La primicia informativa del opositor diario El Deber publicaba a las 22.11 del martes 25 de junio que “el General Zuñiga fue relevado de su cargo como Comandante del Ejército”, según fuentes de la Casa Grande del Pueblo y la Casa Militar. El fundamento del despido se sustentaba en la equivocada decisión del comandante del Ejército de conceder una entrevista televisiva para uno de esos programas nocturnos repletos de bustos parlantes en el que se despachó con dichos relacionados con la política, violando el artículo 122 de la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas: “Los miembros de las Fuerzas Armadas del Servicio Activo, que realicen actividad política partidista, dentro y/o fuera de la Institución pasarán a retiro obligatorio.”

Zúñiga, según la misma nota de El Deber, declaró en dicha entrevista televisiva que “enemigos externos e internos buscan desestabilización y el odio entre bolivianos para apoderarse de los recursos naturales en beneficio de intereses mezquinos y de grupos de poder que responden al caudillismo”. Es probable que con la confianza de ida y vuelta hasta ese momento prevaleciente entre el General y el Capitán General de las Fuerzas Armadas, el ya destituido comandante pensó que con dicha participación confirmaba la simpatía y la aprobación gubernamental de la que gozaba. Le salió el tiro por la culata, que se tradujo en su relevamiento, insisto, según esta versión del principal diario de Santa Cruz que hasta el cierre de esta columna, no ha sido desmentida y que precisó que Zúñiga entregó su despacho la noche del martes. 

Al día siguiente, Zúñiga terminó parapetado comandando un contingente militar y algo más de media docena de tanquetas para estacionar en la puerta del Palacio Quemado buscando asustar al Ejecutivo, que a eso de las tres de la tarde iniciaba una reunión de gabinete. Su propósito pueril era seguir atornillado a la comandancia del Ejército y en lo posible subir el peldaño que le faltaba hacia el Comando en Jefe. Cuando encerrado en la tanqueta junto al vicealmirante Juan Arnez, comandante de la Armada y el Gral. Marcelo Zegarra, comandante de la Fuerza Aérea, comprobó que los supuestos respaldos que había obtenido de sus camaradas no eran tales y que era inevitable la posesión del nuevo Alto Mando militar. A partir de ahí, desesperado y errático, quiso convertir su arremetida intimidadora en un cambio de mando gubernamental, y su carrera como oficial de puesto cuarenta y pico de su promoción había llegado a su fin. Lección de vida: no se debe nombrar a un mediocre por más amigo leal que aparente ser, y menos con licencia para manejar metralletas y potenciales gatillos fáciles.

En su desesperación, Zúñiga, sobre la base de un plan inconsistente, junto a un puñado de delirantes que acataron sus órdenes y unos cuantos civiles extraviados, intentaron lo que era imposible desde el principio: un golpe de Estado sin un mínimo de condiciones para el éxito. Los que juegan a tachar este asunto de autogolpe están jugando a la política barata de siempre. Esto es más simple de lo que parece: Zúñiga traicionó al presidente Arce que confiaba en él. No quería que le quitaran la pelota de básquet con la que se había acostumbrado a jugar en la cancha del colegio La Salle.

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Este artículo fue publicado originalmente en La Razón, de Bolivia, con cuya autorización reproducimos aquí.

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