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ALIMENTARSE DE INDUSTRIA AJENA O DE PRODUCTO LOCAL

Protestas de agricultores ante la sede del Parlamento Europeo en Bruselas. / Foto: Aquí Europa

ALIMENTARSE DE INDUSTRIA AJENA O DE PRODUCTO LOCAL

Por González Barcos / Aquí Europa

Van siendo más constantes y extensos los relatos acerca de las dificultades para obtener producto alimentario fresco, o bien local, o simplemente, regional. Esos relatos que están suscritos a la intrahistoria, a quienes convergen en los sucesos históricos cotidianos, a los relatos de nuestros abuelos, de un tiempo a esta parte, son relatos acallados por los grandes representantes de la industria agroalimentaria globalizada. 

En España el agroalimentario es el principal de los sectores, cuando realmente el consumo de producto local viaja vertiginosamente hacia el cese. Sin embargo, la gente –gente que pertenece a la intrahistoria–, sigue manteniendo su convicción en el exceso de exportaciones y mantiene un concienzudo afecto por el rendimiento de la industria cercana y no ajena a su territorio. Aparentemente embalsamado en un nacionalismo parco, se desenvuelve una idea de dinamismo colectivo completamente indiferente de las reacciones que hasta el momento han tomado los líderes gubernamentales europeos. 

LOS LÍMITES DE LA BUROCRACIA Y EL LUCRO: EXPORTACIÓN Y LOGÍSTICA EN EL CENTRO 

El crecimiento de interconexiones logísticas es exponencial: cada año el número de exportaciones sube. La Unión Europea ha incrementado sus ventas al extranjero en un 2%. En el caso de España el 2023 fue récord, exportando nada menos que el 32,6% de sus productos agroalimentarios. Es capital observar empero, que este porcentaje queda incluso exiguo, pues en los productos más reconocibles del Estado –como el aceite de oliva o los azúcares, cereales e isoglucosas– la cifra engorda hasta más del 60%. Un dato verdaderamente espantoso para quienes consideran un desarrollo orgánico y un comercio consciente de los productos de un bien que ocupa el espacio de las necesidades vitales del ser humano. Y un dato verdaderamente esperpéntico para quien, simplemente, contemple la narrativa que hay al fondo. 

Sucede pues, que en la industria del sector de un bien necesario –como lo es el alimentario– el producto está dejando de ser lo primordial: véase, el propio bien cada día es menos el eje de la producción. Ya no por una pérdida de calidad intrínseca en cualquiera de los procesos industriales que lleven al límite las condiciones del producto, sino por una carencia de atención al producto, forzada siempre por la acuciante urgencia de venderlo fuera de su entorno y el del productor. Una inversión absoluta de los valores de producción que se justifica sólo por el rendimiento y valor de lo insólito. El jamón en China, el vino tinto en Estados Unidos, todo el aceite de oliva que circula por Europa y un largo etcétera. El eje de la producción agroalimentaria ha tornado a las preocupaciones logísticas y no a las productivas. El sector agrario decrece sus capacidades cualitativas, mientras la logística de su género está más perfeccionada que nunca, más desarrollada que nunca y más solicitada que nunca. 

BUROCRACIA Y PRODUCCIÓN

El metarrelato se sirve de los límites especulativos que impone la tan temida burocracia. Si los márgenes mentados más arriba sugieren las contradicciones e impedimentos del sector agroalimentario de hecho, también surgen escollos de derecho, es decir, del ámbito de la teoría y la jurisdicción. La nueva PAC, de aplicación en cuatro años a partir de 2023, introduce los eco-regímenes, que condicionan un cuarto de las ayudas a la aplicación de una serie de prácticas beneficiosas para el medioambiente. Estas, asimismo, entorpecen el funcionamiento natural de la labor agraria, por la desproporción administrativa que conlleva un control eficaz de dichas medidas. Según datos preliminares de Eurostat, la productividad del trabajo agrícola en la UE disminuyó el 6,6% anual en 2023, tras haber crecido entre 2019 y 2022. El descontento es generalizado y patente, las manifestaciones son constantes y las quejas de los trabajadores rebasan la frontera de lo razonable. Mas ¿hasta qué punto esto supone un absurdo por parte de las instituciones?

La incoherencia es total. Las exigencias de las instituciones, que en este caso son absolutamente plausibles, son entorpecidas precisamente por las prácticas que ellas mismas permiten –o incluso fomentan–. El sector primordial –el agrario– se somete a tersos bordes ineludibles que, sin embargo, las compañías de labor logística consiguen evadir. Los gobiernos se alinean con un plan global encabezado por las grandes corporaciones que sigue afectando al medioambiente y reducen, no solo las capacidades, sino también la predisposición del sector que alimenta –en este caso en sentido metafórico– esas propias compañías. Atados de pies y manos, los pequeños productores alimentarios están avocados a producir muchas veces sin beneficios y su ámbito laboral es cada día más hostil. De tal suerte la demanda de empleo está por los suelos y pareciera que el sector se convirtiese en un oficio de nicho, cuando realmente es uno de los núcleos de nuestra sociedad. Como se declaraba anteriormente los absurdos colman el marco de argumentación. 

No obstante, el primer escalafón tendrá siempre la última palabra. Nadie puede eximir a los productores del poder que atesoran por ser la materia del entramado. La primera y la última palabra es suya. Tanto es así que la UE se plantea reducir los requerimientos tras los focos de protesta en Francia, Alemania y muchos otros países europeos este último año. El sector agrario, en este caso David, puede vencer a Goliat en esta trama por la restauración de un modelo espontáneo y natural de comercio alimentario. O seamos honestos, también puede que no. 

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Este artículo fue publicado originalmente en conjunto entre Aquí EuropaThe Diplomat in Spain y Escudo Digital, con cuya autorización reproducimos.

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