ALBERTO BARCIELA
MÁS DEMOCRACIA FRENTE A LA CORRUPCIÓN

En los enredos políticos cabe valorar indicios superlativos de egolatrías, ambiciones, avaricias y desentendimientos. Los coches oficiales suelen llevar cristales tintados y eso impide ver los bosques, descender a la realidad de lo cotidiano, entender lo que preocupa al común de los mortales, es decir, a los ciudadanos y votantes, y confundir la A con la B. No es un mal total, pero alcanza límites insospechados. Por eso hay que limpiar las malas hierbas, con prontitud y Justicia, sin miramientos, y encontrar referentes de verdad, la ejemplaridad de los buenos, puntas de lanza con las que significar el camino de las generaciones jóvenes, aquellas que no saben ya lo que significó la Transición, el mayor logro de la sociedad española, la que nos permitió avanzar entre las nieblas con decoro, venciendo intentonas golpistas o el terrorismo. Unos pocos corruptos no deberían poder con un Estado democrático ejemplar.
Hace años que la situación reclama reformas para garantizar una democracia de más calidad, de mayor transparencia, de mejores gestores, en la que imperen el sentido de Estado -hoy siquiera vigente en cuestiones trascendentes de política exterior-, la generosidad y la solidaridad; que aseguren elementos críticos, referencias verdaderas.
En estos momentos, por desgracia, ya nadie se plantea consensos, siquiera acuerdos puntuales, algo de raciocinio, de sentido común; la búsqueda de luz entre puntuales coyunturas o discrepancias ideológicas; el respeto al que piensa de forma distinta.
Es imprescindible recuperar la separación real de poderes, promover elecciones con listas abiertas, segunda vuelta, gobierno del más votado, control de los gastos electorales, transparencia en la financiación de los partidos políticos, límite de mandatos e inmunidades, no manipulación de los medios de comunicación públicos… Estas son, entre otras, cuestiones pendientes y trascendentes para alcanzar una democracia de mayor calidad, un Estado de creciente eficiencia y un bienestar seguro para todos los ciudadanos, piensen como piensen y vivan en donde vivan.
Para la dirección de España, de las Comunidades Autónomas, de las Diputaciones y Ayuntamientos, los votantes han de poder escoger y bienpagar a los mejores -basta de hipocresía salariales-, contar con elementos correctores para expulsar a aquellos que no acaten, cumplan o hagan cumplir las leyes -sí, empezando por la Constitución, que cumplirá 50 flamantes años en 2029-, y los compromisos electorales. Poco más se necesita, porque de esas cuestiones nacerá el modelo de exigencia que ha de trasladarse de los gobernantes a la sociedad civil.
Hay que evolucionar hacia un modelo en el que imperen los valores, se reconozca el esfuerzo, se fomente la educación, se premie la entrega y la dedicación, se preserve una libertad respetuosa, y en el que para todos sea posible vivir, trabajar e invertir con garantías, es decir con seguridad, fomentando un bienestar justo, no subvencionado. Hay que ponderar valores y persuadir a las nuevas generaciones de que solo desde el trabajo, la formación, la vocación, el esfuerzo, el respeto y la ética se puede alcanzar el éxito que en verdad merece la pena.
Las hipótesis y las conjeturas, suposiciones y juicios, puede que resulten insuficientes, pero son imprescindibles para avanzar, para progresar, para renovar aires y respirar en albedrío en una España hoy de nuevo zaragatera y triste, pero que pese a sus males debe estar esperanzada. Encontremos pues a las personas y exijamos a las mejores, sin extremismos. Esa es una misión que incluye en lo fundamental a Ferraz y a Génova, dos ejes fundamentales que, sin exclusión de otros demócratas y solo de estos, deben ayudar a reorientar nuestro futuro en común. Ahora toca.
En lo social hay nombres de referencia como Rafael Nadal, Teresa Perales, Luz Casal, el bioquímico y biólogo molecular Carlos López Otín o, en el servicio público, Jaime Alfonsín. Hay más, claro, a los que ensalzar, como ha hecho Felipe VI, que a los que condenar, pero a los corruptos hay que desimplicarlos del porvenir en un destino común, enviarlos a prisión y con Justicia desposeerlos de sus propiedades, solo así haremos una España aún mejor.
Alberto Barciela es periodista y vicepresidente de EditoRed.
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