EditoRed

ASOCIACIÓN DE EDITORES DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE LA UE Y AMÉRICA LATINA

COMUNICACIÓN PÚBLICA

Carlos Roberts

CÓMO CONSTRUIR UN NUEVO MODELO DE COMUNICACIÓN SOSTENIBLE

El Big Bang informativo,

principio (y final) de todo

Tremendos tiempos para los que pertenecemos a la industria de la información, que vive su hora más gloriosa y también más dramática. Bienvenidos al Big Bang de la comunicación. Se ha producido un estallido gigantesco que, que modificó tanto el universo en el que vivíamos, que prácticamente ha generado uno nuevo, con pocos puntos de contacto con el anterior. La explosión comenzó entre los años 60 y 70, con la producción a escala industrial de computadoras (u ordenadores) personales; es decir, la posibilidad de reunir, procesar y distribuir información en forma masiva. En 1983 nace Internet. A finales de los años 90 e inicios del siglo XXI nacen las redes sociales. Con esta trilogía –PC, internet y redes– ya estaba configurado el Big Bang: la formación, dirían los estudiosos del cosmos, de la materia, el espacio y el tiempo.

Cambió la materia: la información. Originalmente propiedad de monarquías y Estados, con el advenimiento de la revolución industrial y la aparición de las empresas de medios, la información ahora también era producida y administrada por la prensa; por empresarios y profesionales del sector privado. El Big Bang vino a romper ese esquema: de pocos emisores poderosos y muchos receptores sin mayor capacidad que esa, la de recibir contenidos, a una horizontalidad en la que los receptores se convirtieron en emisores, en sujetos que hacen valer sus opiniones e incluso critican y se alejan del periodismo tradicional.

Cambió el espacio. El escenario físico de la comunicación pública ya no son los medios convencionales, periódicos, TV y radios, sino pantallas de dispositivos personales, un espacio en el que conviven la individualidad y la intimidad con la pérdida de ellas, porque cada vez que tocamos la pantalla estamos dando información sobre nosotros mismos. Información que “degrada a las personas a la condición de datos y de ganado consumidor”, dice el surcoreano Byung-Chul Han, uno de los filósofos más leídos actualmente en todo el mundo.

Cambió el tiempo. El tiempo en el que se busca, procesa y distribuye la información, acotado por la demanda de un flujo constante, de 24 horas, que lleva la impronta de la inmediatez a niveles rabiosos; el tiempo que se utiliza para consumirla (ya es un triunfo que alguien permanezca 1 minuto leyendo una noticia o una columna), y el tiempo de vida de esa información, efímero como nunca antes.

Byung-Chul Han habla de “infocracia” (título también de un libro suyo), una degeneración de la democracia: la información como eje del actual capitalismo y como insumo fundamental de un esquema cuyos objetivos son la vigilancia psicopolítica y el control y pronóstico de comportamientos. Ningún gobierno, pero tampoco ninguna gran corporación u organización mediática prescinde hoy de la inteligencia artificial y de las redes sociales como canales de ida y vuelta: para lanzar información y para obtener información sobre sus mercados.

Lo que el Big Bang ha detonado es el tipo de conversación; la naturaleza de la conversación. ¿Quiénes hablan? ¿Quiénes son esos desconocidos que hablan sin más autoridad que la que ellos (y eventualmente otros) se conceden? ¿Quiénes escuchan? ¿Cuáles son los temas? ¿Qué material es genuino? Twitter es, al mismo tiempo, una extraordinaria propaladora de información en tiempo real, acaso la más eficaz que se haya conocido (por nutrirse de un número interminable de emisores y fuentes), y una fábrica también infinita de falsedades, territorio fértil para campañas espurias y operaciones políticas, comerciales o de lobbies sectoriales.

En esta nueva conversación, liberada de las viejas ataduras, ya parece que nadie es solo emisor o solo receptor; ya no se requieren títulos, ni reconocimientos, ni pergaminos para informar. Profesionales de la información circulan por la misma calle y con los mismos derechos que aficionados, que divulgadores ocasionales y que profesionales de la desinformación. Un célebre tango, “Cambalache”, compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo, caracterizaba así ciertos desvaríos culturales del siglo XX en la Argentina: “Lo mismo un burro que un gran profesor”. El caudal informativo es hoy más amplio, más rico, más democrático, y, por cierto, más anárquico; más veloz y más improbable; más libre, casi incontrolable.

La conversación virtual se ha visto acosada, invadida por gérmenes patológicos: trolls, fakes news, bots… Laboratorios de inteligencia artificial intervienen en debates públicos o en campañas electorales con una capacidad escondida, subterránea, de alterar datos, historias, currículos, o directamente inventarlos.

La comunicación pública post Big Bang es un fenómeno nuevo, complejo, un animal al que recién nos asomamos y que mientras lo vamos descubriendo cambia súbitamente de forma. Un fenómeno por momentos inasible, un campo al que se acercan con extrañeza, cuidado y hasta estupor las ciencias sociales; también, gobiernos y legisladores, en muchos casos con evidentes pretensiones de convertirlo en un instrumento funcional a sus intereses.

Medios, periodistas, productores de contenidos, históricos jugadores del mercado de la comunicación, enfrentamos el triple desafío de comprender el estallido, asimilarlo y no llorar sobre la tumba que guarda los restos de lo que fuimos.

Acceso a miembros

Acceso a miembros