ALBERTO BARCIELA
VENEZUELA, LA SELVA QUE FUE PARAÍSO
Tuve ocasión de disfrutar del paraíso terrenal en tres ocasiones. Aun en los albores del desastre, Venezuela como edén semejaba pervivir entonces, hace décadas, en su naturaleza, y en el alma de sus gentes -ahí pude seguir, al menos en algunos-. Pero una perversa metáfora se escribía ya en algunos de sus privilegiados lugares, ya abatía de forma silenciosa a sus pueblos y a sus culturas milenarias dispersas en una geografía exhuberante, riquísima. Todo ocurrió al hacer hueco a intereses espurios, traficantes de diamantes, pistas clandestinas para los aviones del narco… Llegó como un terremoto y se confirmó en catástrofe.
Algo se intuía en un texto que entonces escribí pensando en los verdaderos propietarios de la selva, en los habitantes reales de un mundo mágico:
“Arraigo… A los Pemones los sacaron de sus tierras. Les ofrecieron un trabajo cerca del alcohol, de la lujuria… El paraíso del vicio al alcance del indígena… La Somorra y Gomorra trasladada a la orilla de la selva… Allá, a escasos metros del caída de agua más espectacular… El Ángel…. En la tierra de los Nonay Tepuy… de los dioses de tierra y piedra y agua… la majestad natural adorada por los antepasados de quienes lo dejaron todo para postrarse ante a los turistas y sus dólares… Llaves del placer terrenal… puerta de emociones comprables, accesibles a través de nuevas drogas, antinaturales, alcoholes embotellados cual genios, para cumplir deseos antes innecesarios pos desconocidos… Había una vida distinta a la de la naturaleza… Les llegó del cielo disfrazada de pájaros de metal, de hierros voladores capaces de vomitar de sus vientres cientos de bárbaros… Todo los hizo posible una pequeña pista de asfalto, tres o cuatro hoteles, allá en la mejor orilla de la naturaleza venezolana… Los nativos se acercaron a las promesas para servir a reyes y a villanos… Les hicieron olvidarse de que ellos eran anfitriones, en representación de una estipe, de una cultura, de la historia, del principio de todos los principios naturales y humanos… Otro mal día, todavía más desesperanzado, alguien decidió que los aviones masivos no volverían a Canaima… y los indígenas se vieron emboscados en su propia selva… no sabrían volver a sus poblados, porque alguien les había impuesto una cultura ajena… Los vínculos con la tierra madre estaban rotos… Una buena porción de gentes de la naturaleza se vio desposeída, vulnerable, débil… Había un canario que les canta sus cuentas en el BBV, es lo que queda… Desarraigo”… Los Roques, Margarita… siguieron igual y parecido destino.
Hoy Venezuela vive uno de sus momentos más dramáticos, y han sido muchos los que han contribuido a destruirla. Han sido años de dictadores bolivarianos, corrupciones petrolíferas, mafias, narcos, exilios, migraciones involuntarias, muertes de inocentes, detenciones…
Las dictaduras pocas veces se suicidan, menos saben transitar de forma pacífica hacia la democracia, como ocurrió en España. Maduro caerá pero no será fácil derrotarle con las armas de la Justicia o de los votos -ojalá fuera posible, cuanto antes-, solo la presión internacional -la que también hace sufrir al pueblo- podrá acabar con un problema que lleva camino de enquistarse. Lo saben hasta en la selva. Aun en el mejor de los escenarios, llevará décadas reconstruir un paraíso casi perdido.
El pecado no nace fruto del manzano, es producto de los habitantes de Miraflores.
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ALBERTO BARCIELA, periodista español, es vicepresidente de EditoRed.
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