ALBERTO BARCIELA
ALGO MÁS QUE CUATRO VOTOS
Prensa Ibérica
La España política, enquistada en la confrontación, resulta desasosegante. Parece como varada; como si permaneciese impertérrita ante sus males endémicos; machaconamente machadiana, zaragatera y triste. Y todo ello, más que a las decisiones de los ciudadanos, democráticas, ajustadas a Derecho y libres, se debe a la incomprensión de unas fuerzas políticas que en apariencia y en la práctica se muestran incapaces de leer con una cierta sensatez la decisión expresada por el pueblo en las urnas: no a los mandatos personalistas y hegemónicos; consensos en lo esencial; políticas de Estado encajadas en el marco constitucional y, si es necesario cambiarlo, que se haga con valentía, transparencia y legalidad, con el espíritu de la Transición.
El 23 de junio las papeletas propugnaron de forma absolutamente mayoritaria la defensa de los intereses generales, el respeto a la división de poderes, un modelo de gestión administrativo único amoldado a la realidad económica, social y territorial.
Los ciudadanos han hablado y han exigido una respuesta en tiempo y forma al nuevo escenario geopolítico mundial, a esa policrisis determinada por factores diversos de inestabilidad financiera o medio ambiental, sometida al cambio climático, la crisis del agua o de materias primas, los hackers, la inmigración ilegal, la falta de mano de obra cualificada, la irrupción de fondos buitres, o la proliferación de mafias, corruptos, terroristas o dictadores…
El propio ejercicio de la democracia expresa implícitamente opciones como la paz y la seguridad; la convivencia; el acatamiento de los derechos humanos; el respeto a los acuerdos internacionales; la ayuda a los países en desarrollo; el fomento de la cultura y el deporte; la regulación de la digitalización; la igualdad y el respeto al otro. Cuestiones todas ellas que se comprometen en los programas electorales de todos los partidos, sin excepción. No caben otros planteamientos, ni populistas, ni extremistas, ni mediopensionistas.
Los problemas y conflictos cruciales no se asocian con una única amenaza y son globales. Lo advirtió hace casi 25 años el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin: las crisis se entrelazan y superponen, no necesariamente admiten una respuesta, bien al contrario, exigen muchas resoluciones urgentes, a veces cambiantes, máxime en momentos de precipitadas, profundas y confusas transformaciones y alteraciones, a las que hay que sumar la persistencia de riesgos nucleares o la irrupción de catástrofes naturales, siempre imprevisibles y superadoras.
En nuestro país, Alberto Núñez Feijoo y Pedro Sánchez tienen la obligación de liderar la respuesta al mandato del pueblo. No es una cuestión de entelequias, de hipocresías, de quítate tú para ponerme yo, de Génova o de Ferraz, siquiera de ideologías. Entre ellos parece no existir empatía, se han equivocado mucho en sus relaciones, pero han sido los elegidos y han de saber perdonar y ceder para hallar las claves que les permitan iniciar un proceso de convergencia e interacción de la derecha y la izquierda democráticas al servicio de España, a la altura de los tiempos.
Hacen falta más que cuatro votos, más que una mayoría suficiente, más que acuerdos frankenstein. Hay que concordar, ceder y cambiar la Ley Electoral y, si es preciso, la Constitución. Hay que evitar repetir indefinidamente las elecciones. Es necesario alcanzar un Gobierno respetable y eficiente. Se precisa talante, talento y el consenso de los partidos democráticos. El resto serán componendas y utilizar el Estado para sus particulares intereses. Vale.
Alberto Barciela es periodista, vicepresidente de la Asociación de Editores de Medios de Comunicación de la Unión Europea y América Latina, EditoRed.