ALBERTO BARCIELA
EL CASTILLO DE NAIPES
El mundo baraja sus peores cartas. Con la canícula las cabezas parecen haber alcanzado propósitos que alcanzan el despropósito, la sinrazón, el sin sentido, en un juego de riesgos exponenciales. Ocurre en lo grave y trascendente de las guerras, en las más recientes Gaza o Ucrania, pero también en esas que se han enquistado en la desatención: Birmania, Sudán, Somalia, Siria, Yemen, Etiopía, Pakistán, Kibu -Congo, Ruanda y Burundi-, República Centroafricana, la insurgencia en el Magreb, el Boko Haram -Nigeria, Camerún, Níger y Chat-. Hay que sumar otras de carácter más amplio o genérico, como la lucha contra el narco, que afecta a México, Colombia, Ecuador, etc., o la batalla contra las maras en El Salvador o las pandillas en Honduras, además de conflictos raciales, comunales, religiosos, que tienen por escenario diversas zonas. También crisis como las de Haití, Libia, las dos Coreas, o la anglófoba de Camerún; conflictos como el kurdo, el de Irak, Cachemira, Baluchistán -Pakistán e Irán-, Venezuela. Amenazas como la de China y Taiwán… Terrorismo, inmigración ilegal… Separatismos… Hambrunas, pandemias… Crisis medio ambientales o climáticas…
Las piezas de la actualidad, incluidas algunas enquistadas ya desde hace décadas, dibujan un panorama mundial descorazonador en una mesa de juego que supera cualquier estrategia pacífica, toda voluntad humanística o cualquier valor ligado a las aspiraciones racionales, el sentido común, la convivencia respetuosa, la formación cívica o las derechos humanos.
Los problemas cruciales no se asocian con una única amenaza, sino con una serie compleja de problemas y conflictos que determinan desacuerdos políticos, religiosos, económicos, sociales, de vecindad, personales, que dan forma a antagonismos, crisis, dificultades y a procesos que se vuelven incontrolables y casi siempre irreversibles, de consecuencias prolongadas y graves. Los enfrentamientos causan estragos, ruina, asolamiento, heridas, odios, rencores que se prolongan por décadas, cuando no por siglos…
En mitad de la desinformación que produce el exceso de información, de la irreflexión colectiva, del consumismo desaforado, vivimos avecindados en el fin de un mundo global que se dice civilizado y se enreda. Los síntomas de enfermedad grave se delatan en la soledad de la masa, en la impenetrabilidad de lo inasumible: cambio climático, desigualdad, amenaza nuclear, pensamiento único… Los días nos transportan como extraños pasajeros. Los actuales son cicerones torpes, cansinos, desacostumbrados de la bondad. Nos llevan con naturalidad, rutinarios en sus propuestas desalentadoras.
Las cartas han sido repartidas. El confuso juego parece aburrirnos. No aceptamos las reglas, ambicionamos ganar sin importar el precio, ni la estrategia hermosa que presupondría el conocimiento, la admiración, la cultura, la experiencia. Nos cabreamos con los compañeros de partida, con nosotros mismos tras autoengañarnos. Acabamos por construir castillos de naipes, castillos en el aire, que alguien destruye por entretener su propio tedio. Ignoramos que uno de los trucos de la vida, de la esperanza, consiste, más que en tener buenas cartas, en jugar bien las que uno tiene, y en divertirse con los demás.
El mundo de los humanos se derrumba en sus esencias. Desde el universo se observa un punto azul con un cartel que anuncia: Cerrado por vacaciones. Es así, salvo en las guerras, en las amenazas y en los conflictos que se arrastran, en ellos nunca se descansa.
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ALBERTO BARCIELA, periodista español, es vicepresidente de EditoRed.
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