INGRESAR EN LA OTAN, UNA TAREA POSIBLE... DEPENDIENDO DE PARA QUIÉN
Por Óscar Ruiz / Escudo Digital
Viendo lo relativamente “sencillo” que ha sido para Finlandia y Suecia unirse a la organización político/militar, uno podría creer que en este club puede entrar cualquiera, y aunque así ha sido alguna vez por motivos pseudo-políticos como el caso de Albania, la solicitud de ingreso se puede quedar en espera para siempre.
Desde luego la invasión de Rusia a Ucrania ha beneficiado a la Alianza Atlántica y su expansión debido a que los países que eran reacios a entrar en la organización le vieron las orejas al lobo y se subieron al carro de manera muy rápida, como las mencionadas e históricamente neutrales Finlandia y Suecia, que con algún problema que otro, acabaron uniéndose oficialmente en 2023 y 2024 respectivamente.
La OTAN siempre se ha enorgullecido de su famosa «política de puertas abiertas» de la alianza y que es parte de su tratado fundacional, el Tratado de Washington de 1949, y que cumplió 75 años este mismo año, y que permite que «cualquier otro estado europeo que esté en condiciones de promover los principios de este Tratado» solicite la membresía, siempre que los miembros existentes hayan acordado unánimemente extender una invitación para unirse.
Pero, ¿la alianza puede ir más allá de los 32 miembros? Europa no tiene muchos más países y aquí no vale solo tener un buen ejército y estar dispuesto a asumir los compromisos militares que contraiga la Alianza porque este club es político también, así que los países candidatos también deben ser democracias con economías de mercado y estar comprometidos con el estado de derecho. Además de esto tenemos el famoso artículo 5, que significa que el ataque a un miembro de la OTAN supone un ataque contra todos, y esto desde luego conlleva un compromiso muy importante, y más en los tiempos que corren. Pero también es verdad que este compromiso de intervenir a ayudar a un aliado no tiene por qué significar una intervención directa militar porque los aliados eligen cómo ayudar en este escenario y lo podrían hacer proporcionando apoyo logístico o inteligencia, o simplemente imponiendo sanciones al país que agrede.
Cuando hablamos de que un país entra en la organización Atlántica no significa solo que ese país se tiene que integrar y amoldar a las tácticas, estrategias, armamento e incluso cultura del aquel país; significa sobre todo que la OTAN tiene que integrar a ese nuevo ejército, conocerlo, asimilar su estructura y todas las capacidades militares que tiene, pudiendo durar esta integración algunos años.
A todo esto se le van sumando las nuevas “reglas”, por ejemplo la directriz de un gasto en defensa de al menos un 2%, que fue introducida en 2014 y que este año se espera que 23 de los 32 miembros lleguen a cumplir, todo ello mientras Polonia comienza a empujar a la Alianza para que el mínimo del gasto en defensa sea de 3% del PIB.
Ucrania debería ser el miembro número 33, pero la alargada sombre de Rusia se cierne sobre esta posibilidad haciéndola prácticamente imposible. Y lo mismo ocurre con Georgia.
En la reciente cumbre celebrando los 75 años desde el tratado fundacional de Washington en 1949, algunos optimistas esperaban que la dirección de la Alianza se atreviera a invitar oficialmente a Kiev a unirse al club político/militar, pero al final la razón se impuso y Ucrania tendrá que esperar a arreglar sus asuntos de guerra (como mínimo) para intentar convertirse en miembro.
El proceso para convertirse en miembro comienza con la aprobación del Consejo del Atlántico Norte, el órgano de toma de decisiones políticas de la OTAN, que consiste en representantes de cada estado miembro. Un paso fundamental es que todos los miembros deben aprobar la invitación, y esto fue una verdadera pesadilla para Suecia por los problemas que pusieron Turquía y Hungría.
Una vez se realiza la invitación oficial, las conversaciones de adhesión pueden comenzar en la sede de la OTAN en Bruselas. Con estas rondas de conversaciones se asegura que el país candidato pueda cumplir con las obligaciones y requisitos de la Alianza. Estos se acuerdan en una carta de intenciones. La Alianza Atlántica entonces pedirá a los pretendientes una serie de reformas que deben completarse dentro de un calendario acordado. En este caso el tema de la interoperabilidad es muy importante (y cada vez más por el tema industria de defensa y compatibilidad de sistemas de armas). Por ejemplo, algunos países del antiguo bloque de la URSS tuvieron que adaptar y modernizar sus ejércitos y sistemas de armas a Occidente, teniendo que deshacerse de una buena parte del armamento y doctrina soviética.
Finalmente, las legislaturas de los miembros existentes deben ratificar los protocolos de adhesión para el país invitado. Es en esta etapa donde un proceso por lo demás técnico y burocrático puede volverse político (problemas de referidos anteriormente de Suecia con Turquía y Hungría)
Una vez que los protocolos son aceptados por los miembros de la OTAN. Eso permite al secretario general de la alianza invitar a los nuevos países a unirse formalmente.
Realmente, y aunque todo esto de los 32 países suene muy bonito y armónico no lo es. Como en cualquier otra organización supranacional, ponerse de acuerdo es un verdadero desafío, y más en la OTAN, puesto que ello conlleva acciones y misiones militares que muchas veces van en contra de las propias leyes de los países miembros. Las famosas “caveats” o banderas rojas que cada miembro pone encima de la mesa cada vez que se discute una misión, plan, modificación de normas hace prácticamente ponerse de acuerdo en primera instancia, y es después de muchas cesiones y cambios cuando se pueden llevar a cabo estos planes de la Alianza.
Por último, los posibles (y pocos) candidatos que tendrían alguna posibilidad de adherirse en el futuro serían Georgia, Bosnia Herzegovina, Kosovo, Moldavia, y por supuesto la eterna Ucrania. Ucrania y Georgia dependerán de la injerencia rusa, Bosnia Herzegovina necesita supera su brutal fragmentación política, y Kosovo y Moldavia enfrentan desafíos importantes relacionados con el reconocimiento internacional y la neutralidad
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Este artículo fue publicado originalmente en Escudo Digital, con cuya autorización reproducimos aquí.