ALBERTO BARCIELA
ISRAEL-PALESTINA, MÁS ALLÁ DE LA BARBARIE
En su próxima revisión del Diccionario, la Real Academia Española debería considerar la ampliación a una quinta acepción de la palabra “holocausto”, para referir lo que viene aconteciendo en el conflicto entre el Gobierno de Binyamin Netanyahu y Hamas, y cuyas principales víctimas son los pueblos israelí y palestino. El término es brutal ya en su etimología latina – del lat. tardíoholocaustum ‘holocausto, sacrificio con quema de la víctima’, y este del gr. holókauston-. Hasta ahora, escrito con mayúscula, para la Real Academia hace referencia explícita “Exterminio sistemático de judíos y de otros grupos humanos llevado a cabo por el régimen de la Alemania nazi”. Ese es su segundo significado.
El drama se ha ampliado: ha habido más de mil muertos en una acción terrorista durante un concierto, secuestrados -todavía permanecen en esa situación más de 100 personas, si es que se mantienen con vida, lo que no sabemos-, y también se están produciendo decenas de miles de víctimas -niños, mujeres, ancianos, periodistas, etc.-, mutilados y heridos, todos inocentes, en acciones que algunos califican como legítima defensa, otros como conflicto y algunos como genocidio. Los daños humanos son irreparables, los estragos inconmensurables, la intoxicación informativa inmensa, el consuelo imposible, la paz una quimera. La civilización está fracasando muy cerca de donde fue más prolífera, en el Golfo Pérsico, entre el Eufrates y el Tigris, en el ámbito de Egipto y Mesopotamia, dos de las culturas más relevantes de la historia, con la sasánida o persa, con los griegos, con los latinos, con los otomanos, con los orientales… Y es que el conflicto atañe al entero mundo, en un momento global de inestabilidad creciente que opaca oportunidades únicas para el avance y el progreso de todos los pueblos.
Entre los añicos de Gaza -como en Ucrania-, humeantes tumbas donde antes existieron hogares, mercados, actos culturales, vida, juegos infantiles, afanes de superación, ilusiones, evidencian la imposibilidad de una esperanza en lo racional. No puede haber justificación para tanta ignominia, fruto de un odio consolidado, de una furia desatada, de una ira cruenta, de los fanatismos más desaforados. El hombre, aun advertido, se ha confirmado como un lobo para el hombre.
Todas las palabras se muestran insuficientes, tanto como las acciones diplomáticas, como los gestos, para lograr la convivencia pacífica entre dos culturas, la árabe-palestina y la judía, que han escrito algunas de las páginas más sublimes del devenir humano, y que se desenvolvieron en un privilegiado marco geográfico, uno de los mejores oasis en esa caravana evolutiva maravillosa que nos ha hecho trascender desde el árbol a la inteligencia artificial, que nos va permitiendo conocer el libro de la vida inscrito en los genes y superar las más crueles enfermedades, y que ha viajado desde un remoto lugar de África hasta Marte.
Es posible que en algún momento de la Historia hubiese justificación para los bárbaros, imbuidos de ignorancia, hambre o ambición. Los entiendo, no los justifico. Pero en el ahora, cuando el mundo es abarcable en la palma de una mano, nada excusa la crueldad consciente e informada, el salvajismo, la atrocidad de los terroristas o de aquellos que con la excusa de perseguirles han encontrado el pretexto para masacrar a un pueblo y activar su maquinaria de guerra, ya existente y opresiva con anterioridad a toda amenaza.
Los israelitas y los palestinos no merecen sufrir ni un minuto más. La paz se justifica en un niño jugando en libertad, una madre cocinando para su marido y sus hijos, un anciano contando sus historias milenarias o rezando una humilde oración de gracias. Lo contrario resulta sencillamente inhumano.
Holocausto tiene una tercera, hermosísima acepción: “Acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor”. Quizás podríamos conformarnos conque lo justifique el respeto al que no piensa como nosotros. Eso sería lo civilizado y lo deseable. La RAE sabe que “acepción” también significa “aceptación”. Que las palabras vuelvan a sus cauces.
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ALBERTO BARCIELA, periodista español, es vicepresidente de EditoRed.
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