ALBERTO BARCIELA
RETO ASTROLABIO, UNA AVENTURA DE AGUA, PAPEL E ILUSIÓN
El mar merece respeto, pero reclama audacias motivadas por el horizonte. El ser humano, en la búsqueda de sí mismo, de completar inquietudes y afanes, de responder a su curiosidad, acepta con gusto el reto de los nuevos rumbos, sugeridos por el otear -en el sentido de escudriñar, registrar o mirar con cuidado-; por los astros, sus ascendencias y descendencias, su luz; por los vientos y sus aromas; por los objetos bárbaros dibujados de adarce y depositados sobre la arena por las mareas; o por los propios peces, sin duda origen de los mitos. Del mar venimos, con sus historias de taberna portuaria, con olor a salitre y a aventura, con la imaginación poderosa de los navegantes, narradores impagables de verdades y de sueños, de amores insondables con sirenas, y de esos pequeños tesoros que suponen su relatos inspiradores de literatos y poetas. Y al mar volvemos, porque la vida va, como la nave de Fellini, y vuelve, con sus desafíos, con la necesidad de llenar cada día con sus afanes.
No es extraño pues, que en un día 24 de febrero, de este cuarteado ya siglo XXI, entre pantallas y prisas, algunos gallegos hayan vislumbrado una esperanza ente las olas que siempre anduvieron. Un viejo y bello barco, de hechuras marineras, bautizado La Peregrina, una nave de acero, de veinte metros de eslora, carenada, no de firme, pero casi, en el Varadoiro de O Xufre, ponga rumbo a La Gomera, para desde allí tentar una pequeña isla, La Deseada, en el Caribe soñado, aprovechando los vientos propicios para cruzar el Atlántico, los alisios, y esquivando la época de huracanes.
En la embarcación se enrolarán ocho ilusionados grumetes comandados por un viejo lobo de mar, Javier Babé, que recuperarán la tradición de los grandes navegantes, la de surcar el océano Atlántico si más ayuda que un simple astrolabio. Se evocará la navegación a estima como ocurría -con anterioridad al desarrollo, en el siglo XVIII del cronómetro marino por John Harrison y la distancia lunar, ese era el método principal para determinar la longitud disponible-, a Cristóbal Colón o a Juan Caboto en sus viajes transatlánticos. Y todo la narrará Alfredo Conde, con la prosapia adquirida de cuna y la maestría de su navegar mercantil y narrativo, que como él mismo diría, no se sabe en cuál se desenvuelve mejor. Por él supe que “todas las grandes expediciones marítimas se han emprendido con el viento en contra porque los marinos tenían miedo de no poder regresar al puerto de salida si navegaban con el viento a favor”, lo que, en cuierto modo contradice lo antedicho, pero que posiblemente no falte a una verdad constatable.
Seguiremos la aventura. En cierto modo, retornaremos al siglo XVII, través de sus tres mil millas marinas. Podremos hacerlo a través de la web y en las redes sociales, lo veremos en una serie de la TVG, pero sobre todo entresacaremos una lección vital de gozar de renovadas ilusiones sin padecer los estropicios de la deshumanización que nos colinda. Irónicamente, las ventanas virtuales se abrirán al mar, buscando la luz de la naturaleza y esperando no ya el hermoso regreso de los barcos, mientras cual Penélope, seguimos tejiendo y destejiendo rutinas, sino el de los seres que en ellos se transportan, con los que regresarán las mareas y las historias.
Un día, allá en a A Illa o en Vilanova, Con Alfredo, Alejando, Javier, Gloria y los demás tripulantes, recordaremos a Homero, y reeleremos aquello tan hermoso: “Emprende el viaje a Ítaca, pero demórate lo más que puedas. Haz muchas escalas, teniendo siempre presente tu isla, la que estas buscando. Al final llegas a Ítaca y ¿qué vas a descubrir? Que la verdadera Ítaca era el viaje”, o a Antoine de Saint-Exupéry: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho.” Buena travesía.
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Alberto Barciela, periodista español, es vicepresidente de EditoRed.
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