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SI LOS ESPAÑOLES DEBEN PEDIR PERDÓN A MÉXICO POR LA CONQUISTA, ENTONCES LOS ITALIANOS DEBERÍAN ARREPENTIRSE POR LAS CONQUISTAS DE LA ANTIGUA ROMA​

MACIEJ STASIŃSKI​

SI LOS ESPAÑOLES DEBEN PEDIR PERDÓN A MÉXICO POR LA CONQUISTA, ENTONCES LOS ITALIANOS DEBERÍAN ARREPENTIRSE POR LAS CONQUISTAS DE LA ANTIGUA ROMA

Publicado en Gazeta Wyborcza

Hernán Cortés realmente conquistó en 1521 el Estado de los mexicas-aztecas. Pero no lo hizo solo: otros pueblos indígenas le ayudaron.

En 2019, el entonces presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, envió cartas al rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco exigiendo un “informe de los agravios causados” y disculpas por las violaciones de los derechos humanos: “Fue una conquista con espada y cruz”, escribió.

El Gobierno de España rechazó esta exigencia “digna de lamentar”.

El testigo lo ha tomado después la presidenta Claudia Sheinbaum. “La conquista fue un proceso brutal, violento, de saqueo y sometimiento. Se intentó destruir Estados, culturas, saber milenario, tradiciones, lenguas, costumbres”, declaró recientemente.

Esta vez España reaccionó de otro modo. “La historia común de España y México, como toda historia humana, tiene luces y sombras. A los pueblos indígenas se les causaron daños e injusticias. Esto debe reconocerse y expresarse el pesar, porque forma parte de nuestra historia compartida; no debemos negarla ni olvidarla”, dijo José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores del mismo Gobierno.

La historia de las demandas mexicanas de disculpas a España por la conquista no es larga y debe considerarse sobre todo como una herramienta diplomática y de política histórica, no como un ámbito de la ciencia.

La conquista de los territorios mesoamericanos, los tres siglos posteriores de colonización y la historia del México independiente constituyen una fusión de culturas que dio origen a un nuevo país y una nueva sociedad. El México actual es una aleación civilizatoria que no puede reducirse simplemente a la violencia de los conquistadores sobre los indígenas —forasteros frente a locales—, por más que esta existiera. Los intentos de esa reducción, en nombre de la moda actual de “descolonizar el pasado”, defendiendo a las víctimas del imperialismo europeo u occidental, no merecen el nombre de historiografía. Pertenecen más bien a la ideología, el nacionalismo, la corrección woke o, precisamente, la política histórica.

Les ampara la crítica —por lo demás justificada— del eurocentrismo, que consiste, a grandes rasgos, en que los investigadores y los habitantes del Viejo Continente miran la historia del mundo a través de gafas europeas. El esfuerzo crítico consiste en mirar desde otra cultura o, al menos, desde la posición de un observador neutral.

Para un europeo —católico o protestante—, los habitantes originarios de América Latina no eran otra cultura, sino paganos, bárbaros, incluso salvajes a los que los colonizadores llevaban la civilización. La crítica del eurocentrismo suele estar impregnada de una mala conciencia idealista: la creencia de que el mundo anterior a la conquista era una especie de paraíso sin pecado habitado por pueblos que vivían en armonía con la naturaleza, sin violencia, sin ansias de poder ni saqueos.

La conquista del actual México por los conquistadores españoles debe tratarse como muchas otras antes y después. La historia del mundo es una sucesión de guerras y conquistas de unos por otros. Todas implicaron violencia —sometimiento, esclavitud, asesinato y saqueo—. Pero la historia de la civilización no puede reducirse a eso.

Cortés y su ejército

En 1521 Hernán Cortés conquistó el Estado de los mexicas, llamados luego aztecas, cuya capital era la entonces ciudad de 300.000 habitantes, Tenochtitlán. Los mexicas habían llegado del norte al altiplano central, donde en los siglos XIV y XV sometieron brutalmente a los pueblos que vivían allí.

A los guerreros derrotados o capturados los sacrificaban ritualmente en los altares de sus dioses, y a los pueblos sometidos les imponían tributos. Según los criterios actuales, los mexicas eran imperialistas y estaban odiados por los sometidos, que ansiaban venganza y liberación. La construcción de su imperio aún continuaba cuando llegaron los españoles. Algunos pueblos ya tenían gobernadores militares impuestos; otros seguían siendo relativamente autónomos, aunque ya pagaban tributo a los mexicas. El desembarco en la costa caribeña de los españoles acorazados, montados a caballo y que disparaban fuego —seres divinos o semidivinos, según se creyó—, les brindó a muchos la oportunidad de rebelarse.

Cortés llegó a Tenochtitlán en 1520 con quinientos hombres, pero sobre todo con un ejército aliado compuesto mayoritariamente por tlaxcaltecas y totonacas sublevados contra los aztecas, que previamente habían sellado con él una alianza militar. Tras varios meses de hospedaje en el palacio real, intrigas y el arresto del gobernante Moctezuma como rehén, los mexicas se sublevaron y el destacamento de Cortés fue expulsado y diezmado.

Tras aquella primera derrota —la noche triste—, Cortés se retiró hacia territorios al norte y al este de Tenochtitlán, donde se dedicó pacientemente a sumar aliados. Regresó un año después con refuerzos españoles, pero sobre todo al frente de un poderoso ejército de más de cien mil hombres de pueblos sublevados. Ciudad tras ciudad se le unían, negándose a seguir pagando tributos a los mexicas. Finalmente conquistó y destruyó su Estado. Sin el ejército indígena, los españoles habrían sido aniquilados.

¿De dónde surgieron los mexicanos?

Durante toda la conquista acompañó a Cortés una mujer maya, Malintzin, entregada como esclava por los chontales. Conocía no solo la lengua de su pueblo, sino también el náhuatl hablado en el altiplano, también por pueblos sometidos por los mexicas. Cortés la bautizó como Marina; se convirtió en su amante y madre de su hijo Martín. Marina-Malintzin-Malinche se convirtió en símbolo del mestizaje, la mezcla biológica, étnica y cultural entre españoles e indígenas de la que surge la nación mexicana actual. El mestizaje es el núcleo social y cultural del México contemporáneo.

Durante las décadas siguientes, los españoles fueron sometiendo —por la fuerza o “por las buenas”— un extenso territorio habitado por millones de personas de diversos pueblos y culturas. En todas partes les ayudaban pueblos indígenas que luchaban contra otros pueblos indígenas. Fue una colonización, sí, pero con el apoyo de nativos que entraron en alianza con los españoles. Muchas comunidades conservaron durante la colonia a sus propios líderes y una organización interna autónoma, su cultura, costumbres y lengua.

La tesis que presenta a los españoles como verdugos y a los indígenas como víctimas totalmente sometidas no resiste un análisis serio, ni respecto a la conquista ni respecto a la historia posterior del Virreinato de Nueva España.

Es cierto que la populosa Mesoamérica perdió en el primer siglo tras la llegada de los españoles a decenas de millones de habitantes indígenas, pero no por la guerra ni por un supuesto genocidio —otro término usado de forma ligera y acrítica—, sino principalmente por enfermedades traídas de Europa, ante las que los organismos indígenas eran indefensos. En 1521, el sucesor y hermano de Moctezuma, que se enfrentó a Cortés, murió de viruela, enfermedad que devastó la ciudad durante el asedio.

¿Quién debe pedir perdón a quién y por qué?

La historia de la conquista española y del dominio colonial, así como la posterior historia del México independiente, no puede reducirse a la violencia del hombre blanco sobre los indígenas. Sin embargo, en este contexto conviene plantear algunas preguntas, aunque sean incómodas para los defensores de una política histórica maniquea.

Por ejemplo: ¿pueden los mexicanos actuales proclamarse descendientes de mayas, aztecas o tlaxcaltecas? En su mayoría son mestizos: mezclas de españoles —tanto de los primeros colonizadores como de los criollos nacidos en México y de otros colonos posteriores— y de población local.

¿Debe la España actual cargar con la responsabilidad de una conquista realizada hace 500 años? ¿Es el Estado democrático contemporáneo el heredero directo de la monarquía de los Habsburgo que, bajo Carlos V, invadió tierras que no serían “México” hasta mucho tiempo después?

¿Tienen los españoles de hoy derecho a sentirse orgullosos herederos de los conquistadores, o más bien avergonzarse por ellos y por sus crímenes? ¿O quizá, como descendientes de íberos y celtíberos sometidos por Roma, deberían exigir disculpas a los italianos actuales?

Pero ¿son los italianos realmente herederos de los romanos?

Los españoles también podrían exigir disculpas a los visigodos germánicos por imponerles el cristianismo. Pero ¿quién es hoy su heredero? Y quizá deberían pedir perdón a los judíos por expulsarlos en 1492, y el Israel actual podría reclamárselo.

Volvamos a México y a la cuestión de si los habitantes actuales del país tienen fundamento para exigir disculpas a España. El expresidente Andrés Manuel López Obrador es un criollo blanco descendiente de cántabros del norte de España. Claudia Sheinbaum es hija de inmigrantes judíos asquenazíes de Lituania y sefardíes de Bulgaria, que llegaron a México hace apenas un siglo.

¿En nombre de quién exigen disculpas? ¿De los mayas, olmecas, teotihuacanos, toltecas, zapotecas, tlaxcaltecas, mixtecos o de los mexicas-aztecas cuya capital, Tenochtitlán, fue conquistada por Cortés y sus aliados en 1521?

Cuidado con los tacos de cerdo

El profesor Carlos Martínez Shaw, miembro de la Real Academia de la Historia de España:
“Si el jefe de un Estado pide al jefe de otro Estado disculpas por actos ocurridos hace 500 años, cuando chocaron sociedades sin relación alguna con las actuales, estamos ante un anacronismo ahistórico. Fue una conquista militar, sí, pero luego hubo tres siglos de convivencia y resistencia. Si las propias comunidades indígenas sometidas pidieran esas disculpas, quizá tendría algún sentido, pero exigirlas a nivel gubernamental es una burla”.

Martín Ríos, historiador del Imperio español en la Universidad Complutense de Madrid, apunta al nacionalismo como fuente de manipulación histórica:
“López Obrador puede pensar así porque fue educado en ese espíritu en las escuelas mexicanas. Pero es una historia distorsionada”.

La política histórica mexicana, marcada por el nacionalismo victimista, conduce a situaciones cómicas, como cuando la senadora de Morena (partido fundado por López Obrador) Jesusa Rodríguez pide a los votantes que no coman tacos de cerdo porque los indígenas no conocían los cerdos, introducidos por los españoles.

El historiador mexicano Alfredo Ávila, de la UNAM:
“Con la conquista llegó la religión católica. Fue impuesta con fuego y espada por fanáticos. Eso es un hecho. Pero es cierto que la mayoría de esos fanáticos eran indígenas aliados de Cortés: tlaxcaltecas, otomíes, xochimilcas. Habría que pedir también disculpas a ellos, porque fueron muy crueles”.

El ensayista y editor mexicano Ricardo Cayuela Gally escribe:
“La mayoría de los conquistadores de Tenochtitlán eran indígenas que apoyaron a Cortés para liberarse del yugo mexica. El genio de Cortés consistió en ver esa hostilidad entre los pueblos indígenas y aprovecharla”.

Cayuela señala además que la percepción de barbarie era mutua:
“Para los españoles, los sacrificios humanos rituales de los mexicas —matando solemnemente a los prisioneros ofrecidos a los dioses— eran costumbres salvajes. Para los mexicas, la manera española de hacer la guerra —matar y descuartizar al enemigo en el campo de batalla sin ritual ni propósito sobrenatural— era completamente inhumana”.

Una nación forjada en un crisol de culturas

Para estudiosos de la historia y la cultura de México, como Enrique Krauze y Ricardo Cayuela, las autoridades manipulan la historia para crear un chivo expiatorio: los traicioneros españoles, quienes supuestamente destruyeron un glorioso pasado indígena.

“Fundar la identidad de los mexicanos en el Estado mexica es problemático, si no lamentable”, escribe Cayuela. “La migración del pueblo nahua desde el norte hacia el altiplano central fue solo una de muchas semejantes. Su llegada y su encuentro con otros pueblos anteriores formaron parte de la construcción de Mesoamérica: una síntesis entre nómadas del norte y pueblos sedentarios de los fértiles valles del altiplano. La Ciudad de México no fue fundada hace setecientos años por los mexicas, sino que fue una etapa más en una historia milenaria y compleja de estos territorios. Los mexicas crearon un imperio militarista y sangriento cuya herramienta de expansión era la guerra, y los sacrificios de prisioneros eran el punto central de su comprensión religiosa y política del mundo”.

El mismo crisol de culturas y civilizaciones se aplica a la historia posterior de México, colonial e independiente, lo cual no borra ni niega la conquista ni la violencia. La violencia, el sometimiento y la guerra fueron ejercidos sobre los descendientes de los mayas y otros pueblos no solo por los españoles durante la colonia, sino también por criollos blancos y mestizos en época independiente, por ejemplo, en la Guerra de Castas en Yucatán, que duró la segunda mitad del siglo XIX y dejó un cuarto de millón de muertos. Pero tampoco la historia del México independiente puede reducirse al maltrato de los indígenas por “los señores blancos”.

“ La identidad de los mexicanos se construyó sobre una síntesis, no sobre una negación. La historia del Virreinato de Nueva España no es un paréntesis en la historia mexicana, sino el caldo en el que nos cocimos como nación contemporánea”, afirma Ricardo Cayuela.

Esta visión de México como síntesis entre el mundo indígena y el de los llegados de España fue compartida por grandes pensadores e historiadores mexicanos, como Justo Sierra en el siglo XIX, y en el siglo XX por José Vasconcelos o el célebre poeta, intelectual y premio Nobel de literatura Octavio Paz.

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Maciej Stasiński, periodista polaco, es periodista de la sección Internacional del diario Gazeta Wyborcza. Es asociado de EditoRed.

Este artículo fue publicado originalmente en el diario polaco Gazeta Wyborcza, con cuya autorización se reproduce aquí. 

En este enlace puede revisar el texto original en polaco.

 

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