Fernando Quijano
UNA ÉPOCA DE CAMBIO O UN CAMBIO DE ÉPOCA
Nada mejor que trabajar en un periódico y sentarse a observar el paso de los hechos plasmados en los cierres de páginas diarias, para mirar cómo cambian las cosas, y mejor aún, si ha tenido la oportunidad de narrar esos sucesos en una suerte de bitácora del cambio social, cultural, político y económico.
El ruido del tecleo de las máquinas de escribir fue remplazado por las luces de las pantallas de los primeros computadores, por allá a finales de los años 80; los viejos archivos de papel periódico, fotos impresas y bibliotecas de libros incunables, en los bajos de las salas de redacción, fueron sepultados por Google, además del ejercito de correctores, digitadoras de textos y editores de estilo, desplazados por una tras otra versión de Microsoft, que liquidó docenas de oficios que ayudaban, sin darse cuenta, a narrar el cambio de época. En muy pocos años, las nuevas prácticas y tecnologías informativas de punta desecharon roles, tareas y funciones, dando inicio a una época de cambio, más cómoda, frenética, global, productiva y competitiva.
No es muy seguro que un computador, un teléfono móvil o una tableta, tengan menor huella de carbono que un periódico diario reciclable de 40 páginas. La primera imagen que se tiene de la elaboración del papel periódico son árboles acerrados convertidos en bagazo y luego en hojas blancas para imprimir noticias; puede ser una escena tóxica y anacrónica para estos días verdes y que las nuevas generaciones se sientan agredidas, pero detrás de esa acción bárbara está la siembra, cuidado y cosecha de árboles para poder mantener una industria viva que oxigena el mundo capturando dióxido de carbono y sirviendo para informar. Pocos videos e imágenes se tienen de las crudas explotaciones mineras de poliminerales destinadas a fabricar microchips, fundamentales para hacer andar celulares y computadores, ni es masivo plantear que con la obsolescencia programada de celulares y ordenadores se necesitará mucho cobre, coltán, oro o litio para estar enterado cada segundo en las redes sociales o en los medios audiovisuales.
Una cosa es el costo sostenible de acceder a la información a través de todas estas interfaces que cada día mejoran en amigabilidad, dependencia y abundancia de datos, y otra muy distinta la manera cómo se generan esos contenidos consumidos con voracidad en los neomedios. Un móvil necesita muchos minerales y energía para funcionar; una red social requiera de millones de servidores para interactuar, y la misma inteligencia artificial solo es posible o se sustenta con un enorme consumo energético para poder regenerar su conocimiento; “there ain’t no such thing as a free lunch”, dijo Milton Fridman, algo así como no hay almuerzo gratis, que en nuestros días puede aplicarse mejor a que “si algo es gratis, es porque el producto eres tú”. Tras la facilidad para generar contenidos, subir videos o armar audios, todo sin edición, llegaron los nuevos actores de la sociedad: blogueros, youtubers, instagramers, tuiteros, podcaster y ahora tiktokers, una nueva invasión bárbara de influenciadores carentes de filtros y ediciones que desprecian las huellas de carbono que sus medios generan, pero que contradictoriamente cabalgan sobre nuevos catecismos sostenibles avizorando la época de cambio.
El grueso del contenido diseminado por el mundo no solo es más costoso, abundante e intencionado, sino más dañino e irresponsable; los bulos o los fakenews ya se confunden con la realidad y se instalan en sociedades sin criterio educativo, como nuevas religiones en aldeas sin catequizar. No es una visión apocalíptica de sociedad tipo “Ciudad Gótica”, sino una alerta temprana de la realidad a la cual asistimos en silencio, tal cual cambio de época. Nunca todo pasado fue mejor, el problema es que en el periodismo no existen las herramientas adecuadas para poder encausar una avalancha de nuevas tendencias, temas, formatos, jugadores e intencionalidades subyacentes, que claramente van en contravía del bienestar y la reducción de precariedades.
¿Cómo construir un nuevo modelo de comunicación sostenible? Hay que partir de que ya no hay nada hegemónico en los eslabones que conforman la comunicación, que el mundo camina hacia una anarquía informativa en la que todos tienen su modelo individual para imponer cómo deben ser las cosas, bajo ópticas personales, no grupales. Un modelo de comunicación sostenible, no es otra cosa distinta a separar las partes que componen el ciclo: industria, servicio, interfaces e intencionalidad; y cada parte regida por las necesidades comunitarias. El cordón umbilical de todo el proceso no debe ser distinto el fortalecimiento de la educación, la formación de criterio entre los consumidores; los jóvenes son las audiencias más fáciles de capturar para replicar usos informativos tendenciosos, y es allí en ese segmento, en donde los viejos medios de comunicación juegan un papel fundamental como últimos cruzados de una transición en el cambio de época mucho más responsable.
Los viejos nuevos medios de comunicación. La sostenibilidad en todos los frentes de la información se construye con y para personas nuevas, en plataformas modernas, que hayan sido sensibilizados sobre formas viejas y responsables de generar contenidos; una suerte de remasterización, de traer a valor presente algunas cosas que un buen día funcionaron. La propuesta no es otra que caminar este cambio de época entre viejas y nuevas costumbres para que la disrupción esperada no sea una transición desesperada.