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CONDICIONES MÍNIMAS PARA UN NUEVO MODELO DE COMUNICACIÓN SOSTENIBLE

Carlos Mora

CONDICIONES MÍNIMAS PARA UN NUEVO MODELO DE COMUNICACIÓN SOSTENIBLE

El día que regalamos el futuro

Hay algo peor que un círculo vicioso: una espiral maliciosa… y descendente. A eso se enfrentan los medios de comunicación que no cuentan ya con recursos económicos suficientes para mantenerse hoy ni para sostenerse en el futuro.

El primer paso que dieron para entrar en esa espiral fue meterse en la carrera -tan global como suicida- de colgar gratuitamente su valioso contenido periodístico en Internet, apenas éste empezó a consolidarse.

Eso redujo la venta de los periódicos en la calle, sin que los ingresos publicitarios provenientes del periódico digital llegaran a ser los esperados, los suficientes para sostener la operación.

El peor de los efectos ha sido que las redacciones pierdan, de a poco o de un solo tajo, su principal activo: los periodistas que han formado con tanto esfuerzo y por tanto tiempo.

La calidad de las publicaciones de los medios en crisis se esfuma allá abajo, en el último tramo de esa espiral maliciosa que se hunde en oscuras profundidades.

Y así, al regalar el trabajo en el mundo digital, regalamos nuestro futuro en el mundo real.

Si a todo eso se suman circunstancias tan desfavorables como la pandemia, la guerra, el encarecimiento de materias primas, el resultado es el más triste imaginable.

Si no te tocó, te tocará

Alegrarse ante la caída de competidores o ver con indiferencia las crisis de los periódicos alrededor del globo es el primer error de las empresas de comunicación que aún subsisten. Los cierres de periódicos, las dificultades extremas de otros por seguir circulando, tanto en papel como en la web, es una tendencia global que les tocará a todos si todos siguen actuando como hasta ahora.

Por tanto, el primer elemento para una modelo que dé sostenibilidad a los medios de comunicación es entender que se trata de un problema global y que su solución, a largo plazo, también tiene que buscarse globalmente. Desde cada parcela se puede actuar, no solo con visión, sino con estrategia global.

Esta estrategia global debe sostenerse en dos principios, aunque parezcan opuestos: la competencia y la solidaridad. Competir siempre ayudará a mejorar los procesos. Pero autocomplacerse con ser un medio hegemónico en un país, quizás en una región, por más grandes que sean, es estar en un bello barco, pero anclado, que en vez del mar solo tiene por delante un espejo que no le permite ver las grandes olas que lo amenazan. La solidaridad ayuda a quitar el espejo, a mostrar el mar picado que nos rodea y ver a otros barcos, más grandes y más pequeños, que también quieren capear la tormenta y llegar a buen puerto.

La calidad se paga

La finalidad de esa estrategia es cuidar a los periodistas para mantener en alto la calidad de los contenidos en cualquier plataforma. Algunos se rigieron por la idea de que en la web debe estar lo noticioso y en el papel los temas de profundidad. Pero, resulta que las noticias las tienen todos y a costo cero, en su mayoría, y el papel se ha vuelto ya obsoleto en muchas sociedades, más entre los jóvenes. El medio que así opera, cada vez, se vuelve más irrelevante para el lector futuro.

Un contenido de alta calidad tiene que ser cobrado, ya sea en papel o en sitios web. Es aquí donde operan los dos principios, de competencia y solidaridad: competencia para procurar tener cada quien un mejor contenido, y solidaridad para hallar estrategias conjuntas, nacionales, regionales y hasta intercontinentales para elaborar mejores contenidos aún y para conseguir mejores tratos con las grandes tecnológicas y con anunciantes de peso que puedan dar sustento a largo plazo. Una red mundial de medios puede ofrecer una red mundial de beneficios para todos.

Dejemos de trabajar gratis

Los medios y los periodistas deben dejar su obsesión por los clics, los ‘me gusta’ y el tiempo en pantalla de los lectores. Dejemos eso para los influencers y los propagandistas.

Procurar la atención de la gente a nuestros contenidos, por supuesto, es un objetivo válido. Pero, buscar a como dé lugar que se quede largo tiempo en nuestros sitios digitales, primero, conspira con la calidad: por mantener una prolongada atención de la gente, hay quienes están dispuestos a torcer la realidad o a ofrecer, no entretenimiento, sino nimiedades cuando no, directamente, falsedades. Y, segundo, nos transforma en mediadores gratuitos de las tecnológicas (llámense Google, Facebook, Baidú o Tencent). Al inicio, ayudamos a esas empresas a transformar a nuestros lectores en sus clientes, sin que recibiéramos nada valioso a cambio. Ahora hay algo peor: ayudamos a esas empresas a transformar a nuestros lectores en sus productos. Esos internautas que dedican tanto tiempo a cibernavegar constituyen la “mercancía” que las tecnológicas ofrecen a sus grandes clientes, y su perfil (sus intereses, gustos, tendencias, obsesiones…) en gran parte se ha delineado gracias a los medios de comunicación que producen los contenidos que esas personas buscan.

Esos alcances tiene el trabajo que gratuitamente hacemos para las empresas tecnológicas.

Tiempo bien invertido

Ofrecer al lector calidad de contenido y que ocuparemos su atención en una justa medida es clave para él, porque reduciremos su nivel de incertidumbre. En un mundo con tantas dudas en tantos ámbitos, con tanta información desperdigada en el ciberespacio infinito, la claridad, las certezas, la relevancia son insumos de alto valor.

Menos teléfonos, más cafés

La reducción del tiempo que las personas dan a su “vida digital” debe encaminarse a desarrollar comunidades reales. Y en esa trascendental misión los comunicadores tienen mucho que decir y hacer. Deben ayudar, desde sus iniciativas periodísticas, a que haya menos ‘followers’ y ‘haters’ de escritorio, y más ciudadanos comprometidos con su comunidad y su planeta. Los teléfonos y la información que en ellos se despliega deben mejorar la interacción entre personas, no sustituirlas.

Un equipo mundial de “periodhistoriadores”

Que los medios vean el problema y las estrategias de manera global, no basta. Hace falta que así también vean la situación sus principales aliados: los lectores y, claro, sus anunciantes.

En cuanto a los lectores, hay un reto periodístico: es la época en la que al reportero le corresponde agregar a sus dotes de narrador una importante dosis de historiador.

En el mundo de las ‘fake news’, de la información instantánea y cambiante, de los millones de resultados por consulta en los buscadores, de los ‘pescadores’ de datos personales, de los ‘malwares’, de las estafas… se hace necesario que el lector vea el árbol, pero también el bosque.

El periodista, quizás más que nunca, debe preocuparse mucho por el contexto en sus publicaciones, un contexto que no sirva solo para ubicar al lector en el tema que le plantea sino para ampliárselo, para mostrarle las conexiones que tiene con hechos pasados y con procesos regionales y mundiales.

Un gran tema sobre narcotráfico en Ecuador, por ejemplo, no puede ser contado solo con el decomiso de cargamentos de droga sino con la explicación de su vínculo con la producción de narcóticos en Colombia y Perú y su llegada al mercado europeo por Bélgica.

Los grandes temas son globales y entender el mundo ayuda al lector a sumarse, al menos desde la comprensión, a la comunidad global que busca cambios que hagan sostenible la economía, la política, las relaciones humanas.

Los medios, nacionales o locales, deben incluir en su agenda (si no lo han hecho ya), al menos tres temas que son cruciales en los debates globales de hoy: el mercado de los datos personales, la disrupción tecnológica (incluida la inteligencia artificial), y los modelos políticos y económicos.

Mancomunidades de trabajo

Los medios despiden a los periodistas o no pueden retenerlos porque necesitan bajar sus gastos corrientes. Pero así, pierden a su principal patrimonio, uno que les ha costado mucho tiempo, dedicación, dinero y esfuerzo crear.

Para aquellas empresas que han llegado a ese punto acaso se pueda recomendar, que en lo posible, consideren dos acciones. Primera, ayudarse de la tecnología no para sustituir personas sino para reducir gastos improductivos.

Y, segunda, echar mano de ese patrimonio construido con tanto esfuerzo, a través de asociarse con sus ex periodistas a los que ahora puede considerar no empleados sino productores independientes. Podrían abrir espacios transparentes y ordenados para que ellos planteen temas que puedan ser comprados diligentemente por el medio o para pedirles trabajos que la redacción fija no esté en condiciones de desarrollar. De hecho, puede ser ese un modelo general de trabajo en un futuro (para aquellos que no lo practican ya), sobre todo si se considera que los más jóvenes coinciden en que no quieren permanecer largos años en una misma empresa sino tener la suya propia.

Y las colaboraciones pueden extenderse a otros medios nacionales o regionales.

¿Quiénes deberían empujar estos procesos globales de competencia y solidaridad? Bien pudieran actuar las organizaciones regionales de empresas de comunicación que ya existen, o bien desde foros como el que ofrece este Congreso eurolatino, que más que a medios reúne a ciudadanos del mundo apasionados por el periodismo.

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