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¿CÓMO CONSTRUIR UN NUEVO MODELO DE COMUNICACIÓN SOSTENIBLE?

Ernesto Cortes

¿CÓMO CONSTRUIR UN NUEVO MODELO DE COMUNICACIÓN SOSTENIBLE?

Un mar de confusión recorre hoy a la sociedad colombiana. El tropel de información que se genera cada día, más que aclarar, termina por generar zozobra, desconfianza y angustia entre los ciudadanos. Los medios de comunicación que nos hacemos llamar tradicionales, nos vemos embestidos ante esta nueva ola de llamados “generadores de contenido”, que aupados por internet y las redes sociales, no requieren filtro alguno para difundir sus verdades o mentiras.

No se trata solo de ciudadanos comunes. Para el caso, se entiende que la gente habla como piensa y que en ese sentido las nuevas plataformas tecnológicas lo único que han hecho es entregar un megáfono a comunidades que antes se sentían ausentes del debate público. Me refiero a los efectos devastadores que otros actores de la comunicación moderna están generando con propósitos bien distintos: influenciadores, bots, fake news y las mismas redes sociales. Y ahora, según medios como El País o The New York Times, tenemos que dar la bienvenida a ChatGPT, un sistema que a base de IA promete reemplazar la capacidad creadora de los seres humanos para construir textos con base en palabras clave que se le otorgan.

Las consecuencias que fenómenos de este tipo han generado y siguen generando en América Latina y, particularmente en Colombia, son a mi juicio devastadoras. Hace poco se denunció en mi país sobre cómo bots informáticos rusos pudieron incidir en las recientes elecciones presidenciales que pusieron por primera vez en la presidencia de la República a un gobernante de extrema izquierda. Las tensiones derivadas de una información cargada de epítetos, injurias y calumnias, recorren el continente sin tregua, y por primera vez en décadas, los cimientos de democracias estables se ven seriamente vulnerados por aquello que antes era una virtud: la buena comunicación, la seriedad de la prensa y el reconocimiento de sus periodistas.

La consecuencia más evidente se refleja en el alto grado de polarización y división política que se vive en los países de esta parte del mundo. En las elecciones de Argentina, Perú, Chile, Colombia y Brasil, ocurridas en el último lustro, prácticamente han dividido en dos sus respectivas democracias y, por lo visto hasta el momento, ello solo ha contribuido a una inestabilidad política, social y económica como pocas veces se había experimentado. Y hay que ser claros: los medios también han jugado un papel clave, bien por sus inclinaciones marcadamente a favor o en contra de un candidato, o por su silencio complaciente con causas políticas.

De ahí que no sea extraño que en los sondeos de opinión sobre la favorabilidad de las instituciones del país, en el caso colombiano, los medios estemos bordeando límites de desconfianza que no experimentábamos años atrás. Si antes la iglesia, las fuerzas militares y los medios gozábamos de entera credibilidad y confianza, hoy ese rótulo es para otros.

¿Y cuál ha sido la actitud de la prensa ante semejantes embates? Mucho me temo que ante la crisis que desató la irrupción de nuevas tecnologías, buena parte de los medios concentraron sus esfuerzos en encontrar salvavidas para el negocio, pero no para el oficio. Intentaron hallar fórmulas que les permitiera seguir siendo no solo faros de poder sino empresas con buenos balances al final del día, y por ese camino, la razón de ser del periodismo pasó a un segundo plano. Los que no resistieron, simplemente dijeron adiós tras décadas de trabajo o se insertaron en el mundo digital y desde allí tratan de encontrar en las suscripciones digitales la orilla segura. Los que hemos aguantado, procuramos reparar las bases que nos permitan seguir en pie. Y ello pasa por el reconocimiento de una nueva realidad que no tendrá retorno y la responsabilidad por hacer que el periodismo salve al periodismo.

Sí es posible construir un nuevo modelo de comunicación sostenible. Ante una sociedad que se debate por ideologías y nuevas causas, poniendo en riesgo los fundamentos democráticos, el periodismo puede resurgir como aportante de una nueva dinámica: la de volver a los principios de credibilidad y sensatez, aprovechando para ello el sinnúmero de recursos que hoy existen. Volver por la senda de un lenguaje que ayude a construir una nueva narrativa en pro de la tolerancia y el entendimiento; de explicación y análisis; de confrontación de hechos y voces diversas; de asimilar las nuevas angustias de la gente y ponerlas de presente; de defender el último bastión de democracia que nos queda, todo eso es posible.

Hay que entender que las palabras importan. Que las formas del periodismo importan. Que las alianzas son hoy más necesarias que nunca. Que los contextos entre dos mundos aparentemente distintos, como Europa y América Latina, en realidad no son tan disímiles. Que las nuevas generaciones de comunicadores poseen valores y habilidades que pueden ayudar a generar un nuevo modelo de comunicación sostenible, esto es, que pueden hacer del periodismo un canalizador de las nuevas demandas ciudadanas, en donde temas como educación, sostenibilidad, género, familia, jóvenes, minorías, puedan ser tratados con altura y sin apasionamientos, con la responsabilidad que ellos requieren.

En últimas, no estoy proponiendo nada distinto a ampliar la mirada del oficio y, más que seguir cuestionando los nuevos surgimientos y formas de concebir lo que hacemos, aprovecharnos de ellos para encontrar un espacio en donde la responsabilidad y la empatía, sigan siendo el norte que nos guíe.

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